el mundo es la emanación de un cuerpo que lo penetra. entre la sensación de las cosas y la sensación de sí mismo se instaura un vaivén. antes del pensamien­to, están los sentidos.

el cuerpo es proliferación de lo sensible. está incluido en el movimiento de las cosas y se mezcla con ellas con todos sus sentidos. entre la carne de la persona y la carne del mundo no existe ninguna ruptura, sino una continuidad sensorial siempre presente. el individuo sólo toma conciencia de sí a través del sentir, experimenta su existencia mediante las resonancias sensoriales y perceptivas que no dejan de atravesarlo.

cada sociedad dibuja así una “organización sensorial”. frente a la infinidad de sensaciones posibles en cada momen­to, una sociedad define maneras particulares para establecer seleccio­nes planteando entre ella y el mundo el tamizado de los significados, de los valores, procurando de cada uno de ellos las orientaciones para existir y comunicarse con el entorno.
las percepciones sensoriales no surgen sólo de una fisiología, sino ante todo de una orientación cultural que deja un margen a la sensibilidad individual. forman un prisma de significa­dos, son modeladas por la educación y se ponen en juego según la historia personal.

las cosas no existen en sí; siempre son investidas por una mirada, por un valor que las hace dignas de ser percibidas. la configuración y el límite de despliegue de los sentidos pertenecen al trazado de la simbólica social.
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